Raúl Roa García, un Quijote siempre en la memoria

Por   Astrid Barnet

La Habana.-La Cubanidad, escribió don Fernando Ortiz: “(…) es el fruto de fases diversas en nuestra formación (…) no consiste meramente en ser cubano por cualquiera de las contingencias ambientales que han rodeado la personalidad individual y le han forjado sus condiciones; son precisas también la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser”.

Y, ante todo, es esa compleja amalgama que conforma lo más profundo de la mentalidad cubana: alegre, fuerte, emprendedora, valiente. Siempre en el límite o sobrepasándolo.

Y esta Cubanidad conmovedora, pero al propio tiempo firme, devastadora, capaz de elevar la grandeza de un hombre que se las traía, fue la que nos convocó –y nos continuará siempre convocando--, a recordar un Aniversario más de la llegada al mundo (en específico 108, en La Habana) de aquel que obtuvo con gran honor (otorgado por su pueblo) el título-calificativo de Canciller de la Dignidad: Raúl Roa García.

El contexto para esta celebración lo fue la sede de la Asociación Cubana de las Naciones Unidas (ACNU) en esta capital, gracias a la convocatoria realizada por el periodista Pedro Martínez Pírez, al frente de la Comisión de Prensa de dicha Institución. Amigos, colegas, ex diplomáticos, familiares, personalidades de la Cultura cubana, trabajadores en general del Ministerio de Relaciones Exteriores acudieron a la cita, la que no sólo los reunió a todos para la imposición de una ofrenda floral en el busto que se erige en su nombre –al igual que los de otros recordados Cancilleres latinoamericanos--, en el Parque de la Dignidad de la ACNU, sino también para rememorar su talento, energía, agilidad mental, su humor (en las buenas y en las malas) y, ante todo, ese inefable poder de la palabra para hacer levantar grandes auditorios –como lo hizo en muchas ocasiones en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York--, y defender contra viento y marea a la joven Revolución cubana.

Cada uno de los reunidos, mediante anécdotas diversas, le recordó con la elocuencia de su verbo, con las bromas que gastaba (de finísimo humor); como “uno de los hombres más graciosos de la tierra y quien, por derecho propio, es el primero de los Cinco Cancilleres de la Dignidad de nuestra América”, al decir de Martínez Pírez; con sus certeras palabrotas las que Cervantes nunca amonestaría (¡Todo lo contrario!) sino que apoyaría, al siempre defender y apoyar causas justas y nobles; con su profundo amor a Ada, su esposa, y a su hijo Raúl (también diplomático); como aquel quien magistralmente –y años atrás--, describiese con lujo de detalles lo acontecido en la Pseudorepública cuando la Revolución del Treinta se fue a bolina.

Conocida es la situación existente en el país durante medio siglo de dominio neocolonial con su amplio bagaje de injusticias, discriminación racial, alto índice de analfabetismo, desconocimiento del papel social de la mujer, entre otros muchos males, frente a lo cual y al decir de Roa: “(…) La válvula de escape de aquella atmósfera enrarecida y agobiante fue el choteo y la trompetilla, a la vez catarsis, autodefensa y desquite del inconsciente social rebelado” (1).

Años después retomó nuevamente su adarga (ya quijotesca), e invadiendo tiempo y espacio, se nucleó al lado de otra Generación –la del Centenario y junto a su joven líder Fidel--, para tomar nuevamente las riendas de la lucha revolucionaria. De sus otrora colegas y amigos de contiendas estudiantiles y obreras de las décadas del veinte y del treinta él traía consigo, para resembrar, las semillas de la posteridad. Luchar contra lo que escribió, con sagacidad crítica, el poder nacional: gobierno, parlamento, judicatura, prensa, las que “operan bajo la sujeción inmediata de la oligarquía, instrumento dócil, a su vez, de la dominación imperialista, que le otorga jugosa participación en sus dividendos y márgenes y estaba constituida por latifundistas, la gran burguesía industrial azucarera y la burguesía comercial española importadora, interesados por igual en el aseguramiento de la dependencia externa y del antidesarrollo nacional (…)”.

Roa también traía consigo –para resembrar--, las semillas de nuestra Cultura nacional, de aquella que no se trasluce en una modalidad del American way of life, o en abolengos y títulos nobiliarios comprados, en padrinazgos de alto copete, en casinos de juegos o en prostíbulos en cada esquina o espacio habilitado para ellos, sino en llevar a vías de hecho la impronta de nuestro José Martí cuando expresase en su artículo “Los Códigos Nuevos”, en 1877: “Toda obra nuestra, de nuestra América robusta tendrá, pues, el inevitable sello de la civilización conquistadora, pero la mejorará, adelantará y asombrará con la energía y el creador empuje de un pueblo en esencia distinto, de nobles ambiciones y aunque herido, no muerto.”

Esta es y será la Obra que, para Cuba, para nuestra América y para el mundo dejaron el verbo y la acción del Canciller de la Dignidad,  Raúl Roa García.

(1): Cultura Cubana, siglo XX. Tomo 2. Editorial Félix Varela. La Habana, 2006.

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